Las reglas del juego

Fecha Publicación: 
10 Enero 2011

Resultó muy clarificador el testimonio aportado ayer en las páginas de SUR por algunos de los extranjeros que son propietarios de las diez mil viviendas ilegales de la Axarquía. Las reflexiones recogidas en el reportaje sintetizan mejor que cualquier informe técnico el urbanismo en las dos últimas décadas. "Cuando vinimos de nuestros países todo el mundo nos firmó los papeles y las licencias", sentenciaba Phillip Smalley, británico portavoz del colectivo.

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Resultó muy clarificador el testimonio aportado ayer en las páginas de SUR por algunos de los extranjeros que son propietarios de las diez mil viviendas ilegales de la Axarquía. Las reflexiones recogidas en el reportaje sintetizan mejor que cualquier informe técnico el urbanismo en las dos últimas décadas. "Cuando vinimos de nuestros países todo el mundo nos firmó los papeles y las licencias", sentenciaba Phillip Smalley, británico portavoz del colectivo.

"Incluso tuve que pagar seis mil euros extra -apostillaba Smalley-, que aquí llamaban el impuesto revolucionario, porque el Ayuntamiento me dijo que era para poder darme los servicios del arreglo de los carriles, y del alumbrado". Revelador. Esa es la fotografía exacta de La Axarquía, cuyo paisaje de urbanismo disperso por las laderas de la comarca ha acabado transformándose en el eslabón pobre de la dictadura de hormigón del gilismo en Marbella. Aquí las casas no son mansiones vinculadas a la orgía del despilfarro. No se hicieron, como en la Milla de Oro o en la Sierra Blanca, a imagen y semejanza de la megasoberbia que trajo el dinero fácil de la burbuja. En la Axarquía dibujaron una faz blanca en las faldas de La Maroma y La Viñuela, Algarrobo, Cómpeta..., con viviendas levantadas sobre la primitiva arquitectura rural de las casas de aperos.

Pero, como en Marbella (era el mismo guión para distintas secuelas de una misma película), los alcaldes, los abogados, los notarios y, en último extremo, la Junta, consintieron el todo vale. Al cabo, eran tiempos felices y los 'guiris' traían dinero para las arcas y quién sabe si un puñado de votos. Una vez roto el espejismo del ladrillo, vinieron los jueces y con ellos los remordimientos y la Junta quiso corregirlo de un plumazo con una ley, la LOUA, cuya brusquedad señala como delincuentes y de golpe a diez mil propietarios (¡). Mal asunto ese de que quienes nos gobiernan decidan cambiar las reglas del juego al final de la partida. Ah, y después de lanzar los dados. 

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