Mayores migrantes: aplazar la jubilación para empezar de cero en España

Fecha Publicación: 
22 Abril 2023
La llegada de extranjeros de más de 55 años se ha duplicado desde 2008
 
El País | Reportaje (María Martín y Daniel Zamora)
 
Tras criar a cinco hijos, celebrar la llegada de 16 nietos, superar un matrimonio tormentoso y cumplir 47 años trabajados y no siempre cotizados, Marcia Asipuela se compró un billete de ida a España. A los 59, esta ecuatoriana ha emprendido el camino que sus dos hermanos hicieron hace ya 30 años. Mucho mayor, más cansada y más preocupada, pero no siente que llegue tarde, sino en el momento justo. “Las mujeres a partir de los 50 años en Ecuador tienen poco futuro laboral”, afirma en una cafetería de Madrid. “Yo ya sé lo que es estar lejos de mi casa”. A su lado, su actual pareja Mario Chicaiza, de 55 años, asiente. Comparten un sueño sencillo: “No queremos vivir aquí para siempre, quiero conseguir un trabajito de tres o cuatro años y ahorrar ese dinero para poder tener una casita para nuestra vejez”. Una casa en Ecuador, añade él, en la que, al menos, no entre agua y frío. “Allá al mes se ganan 450 dólares [405 euros] y no alcanzan para nada”, aseguran.
 
La pareja calculó que en dos o tres meses podrían conseguir un trabajo, pero se han pasado medio año chocando de frente con un mercado laboral complicado para todos, y especialmente difícil para los inmigrantes de mayor edad y sin papeles. “Si no vienen con un contrato de trabajo, estas personas van a tener serias dificultades para encontrarlo”, explica el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga Rafael Durán. “Si los residentes tienen dificultades para encontrar trabajo después de los 45, aún más una persona recién llegada y mayor de 55. Son personas llamadas a experimentar vulnerabilidades significativas”, añade.
 
Cada vez son más los extranjeros que empiezan de cero en España. Aprietan el botón de resetear sus vidas en el momento en el que deberían estar pensando en cómo y cuándo jubilarse. Entre 2008 y 2022, el porcentaje de mayores de 55 años, entre los extranjeros llegados a España, ha pasado del 5,3% al 12%: más del doble. Es decir, unos 26.000 mayores el año pasado. La cifra excluye a ciudadanos de la UE, una emigración muy distinta que, generalmente, busca una jubilación plácida y soleada en las costas españolas. Esos nuevos mayores, llegados principalmente de América Latina —un flujo creciente en los últimos años— buscan reencontrarse con hijos o hermanos 20 años después o recomenzar vidas atropelladas por la violencia o las crisis en sus hogares. Se los ve cada vez más en las colas de las iglesias pidiendo ayuda, en las comisarías pidiendo asilo o intentando reenganchar, a duras penas, sus carreras en empresas, hospitales y organizaciones españolas.
 
Los inmigrantes de más edad, casi siempre invisibles en el imaginario colectivo, provocan, sin embargo, un impacto en los lugares en los que se asientan. En algunos casos es evidente, como la diáspora inglesa en municipios costeros, pero también es creciente el interés ante la llegada de otros perfiles con otras motivaciones y procedentes de países más lejanos.
 
Animados por la falta de estudios que aborden este tema en su complejidad, el profesor Rafael Durán y otros colegas de la Universidad de Málaga crearon el Observatorio Europeo de Gerontoinmigraciones. Como su nombre lo dice, analiza la migración de personas de avanzada edad hacia España, un fenómeno marcado por los flujos de jubilados europeos, que son el colectivo más numeroso, pero también por personas mayores reagrupadas por sus familiares ya residentes, las envejecidas aquí como inmigrantes laborales o aquellas que adquieren la nacionalidad española a la edad adulta por ser descendientes de españoles emigrados. “Nos dimos cuenta de que son un grupo con mucho impacto en determinados municipios y comunidades autónomas; además, no había un conocimiento académico y multidisciplinar, así que decidimos adentrarnos en ello investigadores de ciencias jurídicas y sociales”, explica.
 
Durán señala que la pandemia sirvió para visibilizar “las bolsas de discriminación”. Los municipios dedicaron más esfuerzos en conocer las necesidades de sus ciudadanos y acabaron aflorando realidades que pasaban inadvertidas. “Hemos tendido a pensar que quien venía con una edad avanzada lo hacía porque económicamente se lo podía permitir, pero al mismo tiempo hay bolsas de marginación y exclusión que los llevan a estar seriamente desprotegidos desde el punto de vista social y sanitario, sin que las autoridades tengan conocimiento de su existencia”, explica el profesor.
 
En una de esas iglesias de Madrid donde los inmigrantes sin papeles hacen cola con la esperanza de que monjas y curas les consigan un empleo está Lucrecia Pacherres, que dejó su casa en Lima hace cinco meses. Viajó a España junto a su hija de 35 años con la idea de trabajar, “tener algo para la vejez” y regresar a Perú para poner un taller de tejidos y bordado. En su país alternaba el oficio de costurera con el de limpiadora de casas, pero en España aún no ha logrado arrancar. Al llegar se instaló en Santander, donde su hija consiguió un trabajo de limpieza, pero ella, que cumple 60 años en noviembre, pasó cuatro meses buscando infructuosamente, hasta que decidió mudarse sola a Madrid a principios de abril. En este tiempo, aparte de una labor esporádica de confección de pulseras y llaveros que hace para un conocido, no ha conseguido nada más.
 
Pacherres ha pensado en regresar a Lima. Confiesa que la ansiedad que le produce el desempleo a veces la sobrepasa, aunque encuentra fuerza en las palabras de su hija: “Ella me anima, me dice que si las dos vinimos ha sido para luchar, no para que me vaya y la deje, que si yo le di cosas a ella, ahora le toca darme a mí. Pero no es así, porque ella también está luchando para traer a su esposo y a su hijo, y yo no voy a ser una carga más”, dice.
 
Rafael Durán mantiene que alrededor del 70% de los inmigrantes que se jubilan o envejecen en España termina quedándose en el país, tanto por los nuevos vínculos personales que crean como por las renuncias económicas que harían si deciden regresar. Sin embargo, tanto Chicaiza como Asipuela y también Pacherres quieren volver a sus países de origen. Se revuelven ante la idea de quedarse para siempre en Europa. En su caso, rondando los 60, el reloj juega especialmente en contra: su salud es una preocupación para mantener el ritmo de un trabajo exigente y, cuanto más tarden en recomenzar en España, más les costará volver a empezar de vuelta en su país. Después de seis meses sin dejar de buscar, el contador de Marcia Asipuela y Mario Chicaiza acaba de ponerse en marcha. Ella ha comenzado a trabajar como interna en Madrid; él, que padece una discapacidad en un brazo y en su pierna derecha, encontró un empleo como peón de construcción en Soria. Aunque separados, ya están algo más de cerca de conseguir esa casa sin goteras.
 
Este reportaje ha sido publicado como parte del proyecto Re:framing Migrants in European Media, apoyado por la Comisión Europea. El proyecto está coordinado por la Fundación Europea de Cultura.