El destino dorado de los mayores europeos está en la Costa Tropical de Granada

Fecha Publicación: 
11 Abril 2011

deal Digital | Noticia

Los virtudes de la Costa Tropical traspasaron las fronteras hace décadas. El buen clima, los bonitos paisajes, la rica gastronomía y ese carácter andaluz que aún se conserva han sido motivos de sobra para que a lo largo de estos años, no sólo se decidieran a venir los españoles, sino muchos extranjeros.

Unos llegaron casi por casualidad, otros porque vieron alguna información en una publicación de su país y muchos por recomendación de algún amigo. Sea como sea, la realidad es que holandeses, belgas, alemanes, ingleses, escandinavos, franceses y un largo etcétera de europeos, arribaron, la vivieron y se quisieron quedar. Sobre todo, para pasar la edad dorada de sus vidas. La sabiduría adquirida con la edad ha hecho a centenares de extranjeros optar por el litoral granadino para disfrutar de su jubilación.

«La idea surgió porque había muchos extranjeros en la costa andaluza que, una vez mayores, aunque querían permanecer aquí, no tenían dónde hacerlo», explica Andrea Grauel, directora de la residencia Johanneswerk de Almuñécar, creada por una fundación alemana. Éste es el único centro para personas mayores de la Costa con miras, eminentemente, internacionales. Dentro de sus 55 apartamentos, el 70% de residentes son del país germano, y entre las 29 habitaciones de la residencia propiamente dicha para las personas más dependientes, hay tal mezcla que igual se escucha hablar español, que inglés o alemán. Son los tres idiomas básicos que manejan en el recinto, aunque aquello parece una torre de Babel. Los jubilados europeos que buscan este favorable clima que beneficia a su salud, y todas las atenciones que la edad va requiriendo, han encontrado aquí su paraíso.

Teresa Peters es de Bélgica aunque lleva 35 años viviendo en la Costa Tropical. Las secuelas de una poliomielitis la trajeron aquí, donde el clima era mucho más beneficioso para su salud. Ahora tiene 79 y desde hace dos vive en la residencia Johanneswerk. Su enfermedad y la de su marido -ya fallecido- la convencieron para asentarse en el centro, donde podía tener una vida independiente pero estar también vigilada. «Mis hijos llevaban tiempo diciéndomelo», recuerda. Pasa los días entre libros y plantas. Son dos de sus aficiones favoritas. Pero también tiene tiempo para echar un rato de charla con los amigos, acudir a las clases de yoga y ejercer de buena anfitriona ante las numerosas visitas de familiares que recibe. Todo ello, sin separarse del andador que le ayuda a moverse y de la alarma que ha de pulsar en caso de urgencia.

Visitantes extra

Ilse Redlich vive unos apartamentos más allá de Teresa. Ella y su marido Karl son alemanes pero después de estar durante 24 años en Arabia Saudí, volver a su país les resultó imposible. Jugando al solitario en la terraza de la que ahora es su casa, mientras cocina las espinacas que tomarán al mediodía, Ilse recuerda que se interesaron por la residencia cuando comenzó a construirse, hace ya once años. «Teníamos claro que nos queríamos a quedar a vivir en la Costa y buscábamos un sitio donde tener ayuda si la necesitábamos». Todos los años la visitan algunos de sus seis hijos, sus once nietos o sus cinco bisnietos, que son, por otro lado, turistas extra que reparan en esta parte del litoral.

La residencia Johanneswerk es la única en la zona con estas características tan internacionales, aunque a los jubilados europeos no se les acaban las ideas para poder asentarse por aquí. A Walter Rico, de la inmobiliaria Campo y Costa, acuden también muchos mayores de otros países que buscan dónde vivir, aunque sin tanta asistencia sanitaria. Más a su aire. «Preguntan por casas que tengan buen acceso, porque tienen la movilidad reducida, y que se encuentren cerca de un centro de salud o un hospital», comenta Rico. Willian y Shirley Warner son dos ingleses que a través de él hallaron la casa que tienen en La Herradura. «Conocimos el pueblo por accidente, paramos a tomar una cerveza y nos compramos una casa», recuerda entre risas William. «Entonces, hace ya 31 años, La Herradura era muy pequeña y probablemente el número de extranjeros no llegaba a la treintena». Primero era su lugar de vacaciones, y al final, el sitio que han elegido para echar raíces. En su localidad natal, en el zona norte de Londres, ni siquiera conservan su casa, así que las dos veces al año que regresan, lo hacen al amparo de su hija. «Nos gusta la Costa Tropical por el sol, su gente y porque era barato», añade la pareja, que chapurrea algo de español, y aunque a pesar de los años no lo dominan al cien por cien, aseguran que les sirve para salir de los apuros.

Por temporadas

Roswitha Hintz es una austríaca de 77 años que rebosa vitalidad. Su bronceada piel en pleno abril revela que mucho tiempo no pasa en su país. De hecho, está siempre viajando, aunque «mi lugar favorito es Almuñécar», comenta. Llega por estos lares en enero, y hasta pasado abril, no se va. Siempre al mismo sitio, los apartamentos Tao de Almuñécar, donde Rodolfo Pérez, el propietario, cuenta con ella cada año. «Vengo aquí porque me gusta la gente, es muy tolerante y amable». Y cuando regresa a Austria, reúne a sus amigos para contarles su estancia y deleitarlos con las recetas que ha aprendido, como unas buenas gambas al pil pil. En Almuñécar, dos veces a la semana acude a clases de español, de lo que saca rendimiento practicando en cada oportunidad. Además, no falta a ningún encuentro que sus amigos, también extranjeros, organizan, ya sea para bailar flamenco, participar en un campeonato o ir de excursión.

Rodolfo Pérez asegura que durante la época de invierno, prácticamente el 90% de sus clientes son como Roswitha, jubilados europeos que reparan en la Costa huyendo del frío y buscando algo que les resulte auténtico. «Vienen a Almuñécar porque sigue siendo un pueblo típico andaluz, no está masificado, los bares siguen estando regentados por españoles, aunque también hayan ido apareciendo ya algunos de otros países. Aquí se conserva la identidad, no está todo adaptado exclusivamente al extranjero».

Para Álvaro García, también los jubilados extranjeros son la gallina de los huevos de oro de la temporada de otoño- invierno. García es el propietario del camping de Carchuna Don Cactus y asegura que desde octubre hasta abril, alrededor de 150 familias de este tipo van a parar allí, la mayoría de ellas para largas estancias. «Desde noviembre hasta febrero solemos estar al 95% de ocupación, y de estos, el 80% son jubilados europeos. Además, todas las actividades del camping están enfocadas a ellos, como las clases de español o de cocina».

George y Ellen Spoor están ya prácticamente diciendo adiós a esta temporada en la Costa Tropical. Son una pareja de Holanda que cada año llega en octubre, plantan su caravana, y ahí se queda hasta abril. «Supimos de este sitio por una revista de caravanistas de nuestro país. El primer año vinimos un mes, el segundo y el tercero algo más, y ahora, seis meses», comenta George, que como anécdota recuerda que el año en que se jubiló, no habían pasados dos días cuando ya estaba de nuevo en Carchuna.

Las maneras de vivir son infinitas y ellos son otro ejemplo de cómo los europeos eligen pasar su jubilación. De la vida en el camping valoran el continuo contacto que hay con los demás residentes, y la libertad de no estar entre cuatro paredes. Con la casa rodante casi recogida, se despiden hasta el próximo octubre, cuando repetirán experiencia junto al sol del litoral granadino.

 

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